27.9.10

2.


El viaje fue todo lo tranquilo que se podía esperar, mirando el paisaje bajo la luz de un sol que poco a poco se iba escondiendo en el horizonte. Cuando llegué a Sunville ya era de noche. Esta estación era más pequeña y fácil de recorrer, sólo tuve que dejarme llevar por la cinta mecánica que subía al piso superior donde estaría esperándome Paul Perth, al que todos llamábamos Chasc, que sería mi compañero en el Derby y que me llevaría al sur de Sunville a pasar la noche antes de ir a Sherry. Yo no veo muy bien de lejos, pero reconocí a un colega de Chasc, un tal Zöller, me parece que era polaco. Me dijo que Chasc estaba en las taquillas reclamando unos billetes antiguos de trenes que habían llegado con retraso y cosas por el estilo. Fui con él y enseguida le toco el turno. El tío de la taquilla era muy nervioso, no paraba de dar vueltas a un bolígrafo entre los dedos y a dar golpes con todos los papeles que pasaban por sus manos sobre la mesa. No tardamos mucho en empezar a enloquecer y a desear que terminase ya de hablar. Chasc tuvo que firmar algunos papeles y por fin pudimos salir de la estación.
Tras media hora en dos autobuses llegamos a la casa donde pasaríamos la noche, ahí vivían Chasc, Zöller, dos publicistas llamados Beaumont y Trickle, y otro tipo llamado Wolf. Además, esa noche tendría que compartir el salón con dos portugueses, no supe sus nombres, eran bastante callados, como si tramasen algo. Estaban todos viendo un partido de fútbol, con los ojos como platos, las bocas abiertas y el corazón en un puño. Mientras, Chasc me enseñó la casa, el patio trasero lleno de señales de tráfico robadas, el delantero repleto de limones que se habían caído del limonero que tenían en la puerta, y el armario lleno de marihuana en el descansillo de la escalera. Después nos hicimos un par de pizzas para cenar.
Después del partido charlamos un poco y jugamos un par de manos al póker. Yo estaba cansado y no me apetecía jugar mucho así que fui a todo y perdí rápido. No nos jugábamos mucho, y no me importó dejarme algo de dinero con esta gente a la que conocía de hace años, pero no veía mucho.
Cuando me acosté en el sofá-cama escuché algún que otro mosquito zumbando a mi alrededor y lo que parecía un perro siendo violado salvajemente enfrente de la casa, pero pronto caí en un profundo sueño, sueño que se perturbó a la mañana siguiente, cuando unos gritos desgarradores me despertaron bruscamente.
-¿Qué? ¿Qué pasa?
-¡Cabrones! ¡Lo sabía! –Eran Wolf y Beaumont, cuando descubrieron que sus magníficas plantas habían sido seccionadas por la mitad, y los portugueses habían desaparecido durante la noche.-
-¡Village! ¿No les oíste largarse?
-¿Qué? Yo... pues... no, estaba como un tronco.
-Mierda, joder. Llevábamos meses trabajando en ellas. ¿Y ahora qué? Justo ahora que íbamos a hacer la cosecha. Mierda y más mierda.
-Bueno, no sé... podríais... ir a Portugal a buscar a esos tíos y... ya sabéis.
-No digas gilipolleces, Village.

Como me di cuenta de que no podría hacer nada para ayudar, me volví a recostar en el lecho, hubo un momento en el que sentí cierto sentimiento de culpa, aquellos portugueses habían estado durmiendo en la misma habitación que yo a escasos metros de la puerta, y no había oído nada, pero se me olvidó todo cuando me volví a dormir.
Al rato Chasc me despertó, me dio un par de galletas y me dijo que estuviese listo enseguida, que el próximo autobús pasaría en unos 7 minutos y teníamos que llegar a la Avenida Kansas City para coger el coche que nos llevaría a Sherry.
Y así cogí otros dos autobuses con su correspondientes treinta minutos de trayecto, bajo un sol abrasador, para terminar comiendo con él, con Zöller y con Trickle en una extraña hamburguesería en la que servían hamburguesas de cangrejo. He de ser justo, la verdad es que no estaban malas del todo, pero con el sofocante clima que nos rodeaba... aquello no entraba.
Entramos justos en el coche. El conductor era un empleado de la revista para la que trabajaba Perth, que se durmió en cuanto salimos de la ciudad. Por la radio escuchamos un programa en el que un capullo se quejaba de las bandejas de plástico de las charcuterías, y que prefería el papel de toda la vida. Después salió otro tipo diciendo que había estado treinta años recopilando unas revistas de ciclismo, y que se las regalaría a la llamada afortunada que contestase a una pregunta. Pensamos en llamar para conseguir las revistas y quemarlas mientras nos grabábamos en video y luego mandárselo a ese paleto.

-Hola ¿con quién hablo?
-¡Hola! Me llamo Mary.
-¡Hola Mary! ¿Desde dónde nos llamas?
-Soy de Yain.
-Muy bien, Mary de Yain, ¿sabes cuál es la respuesta?
-Eh... ¿podría repetir la pregunta?
-¡Lo siento, Mary de Yain! ¡La respuesta correcta era el 15 de diciembre! Sentimos que no hayas ganado el lote de 386 revistas de ciclismo, no dudes en volver a llamar la próxima vez. Y ahora, queridos oyentes, les dejamos con el concurso de tarareo.

Este concurso fue realmente lamentable, otro colgado que llamaba a la radio tarareaba una canción y la gente trataba de adivinarlo. Aunque me quede con la duda sobre qué canción había tarareado ya que pensase en la que pensase quedaba bien. Llegamos a Sherry antes de enterarnos. Bandas de moteros llegadas desde todos los rincones del país empezaban a hacer acto de presencia, Hondas, Yamahas, Suzukis... todo tipo de motos haciendo ruido por las calles de la pequeña ciudad. –Aún es temprano-me dijo Chasc-podríamos ir a tomar algo al parque, que hoy va a estar a rebosar de gente.-

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