1.11.10

7.


Ya estaba, el Derby había terminado, ya no me quedaba nada que hacer en la polvorienta y calurosa ciudad de Sherry, pero hasta la tarde del día siguiente no tenía que coger el HST en Sunville para volver a Appleton y así llegar a San Frutos para seguir con el día a día, así que dormimos un poco para ir más tarde al encendido de la Feria de Sherry.


Ahí estábamos todos, Chasc, Moe, Hannah... bajo los fuegos artificiales que despedían bocanadas de color sobe un oscuro recinto, haciendo brillar miles de titilantes pupilas que miraban atónitas, y reventando algún que otro tímpano.

Tras la traca final, se encendieron todas las luces de la feria, y los aplausos siguieron a un gran–¡Oooh!-colectivo. Las luces hicieron que la noche se acostase de nuevo y volviese el día, con la gente bebiendo vestidos elegantemente, algunos incluso paseando sobre carros de caballos adornados con cientos de cascabeles, ribetes y lentejuelas.

Todo era muy bonito y muy luminoso, pero al rato Chasc y yo nos fuimos al parque colindante en el que habíamos estado las noches anteriores. Ya no quería beber ni hacer nada, solo despedirme de la gente y volver pronto a casa para marcharme a San Frutos.

La decisión de marcharse fue apoyada por una terrible reyerta en la que se lanzaron muchos vasos y botellas, se saltaron algunos dientes y por fin se derramo algo de la sangre que nos habíamos perdido en el Derby, con increíbles patadas voladoras y un par de mordiscos. Resulta que aquél había coqueteado con la morena del vestido blanco, y a su novio no le gustó demasiado... la clásica historia del triángulo afilado.

Nos fuimos cuando la cosa ya no daba más de sí y el brazo de la ley ya había entrado en escena, como siempre, tarde.

Al día siguiente nos levantamos sobre las siete, cogí mi bolsa y bajamos a la calle donde nos esperaba el coche. Por el camino vimos los restos de la noctámbula juerga que pocas horas antes había terminado-que incluso para algunos aún no lo había hecho-, como vasos rotos, alguna esquina llena de vómito, todas las demás meadas e incluso un coche en medio de unas escaleras.

Llegamos a Sunville con todos los problemas que cabía esperar, más bien ninguno, volvimos a dormir un poco más en casa de Chasc y por la tarde cogimos los ya conocidos autobuses hasta la estación.

El HST a Appleton fue diferente... ya no había empresarios sureños, ni niños pequeños, y esta vez el interior era algo más elegante con asientos color carmesí.

Llegué pronto, y aproveché mi paso por la capital para cenar con mi vieja amiga Kate en la estación antes de coger el autobús de medianoche a San Frutos, de vuelta a la incansable rutina en nuestra pequeña y casi distópica ciudad, esperando otro absurdo trabajo entre vasos cada vez más vacíos. De vuelta a las bombillas fundidas, a la cocina sucia y al polvo acumulado... de vuelta a casa.