20.9.10

1.


Sonó el despertador justo al mediodía, aún tenía que hacer una pequeña bolsa de equipaje para recorrer los casi 700 kilómetros que me separan de Sherry, donde tengo que cubrir la carrera de motos. Me levanté de la cama con resaca, anoche habíamos ido unos cuantos al río a beber cerveza y vino aprovechando la blanquecina luna llena de un miércoles en San Frutos. La casa estaba hecha un asco, no había nada de comida en la nevera, y aún me quedaban cuatro horas para coger el autobús a Appleton, donde recogería el billete de prensa para el HST que me llevaría a Sunville.

Me duché tranquilamente y me puse a meter calzoncillos limpios y algunas camisas en la bolsa, después bajé a la calle para comer una hamburguesa rápida antes de coger el autobús.
Para subir al autobús tuve algunos problemas con el conductor, que no me dejaba subir con la bolsa encima, y tenía que dejarla en el maletero. No me gusta eso de desprenderme de mis cosas y no poder vigilarlas, pero como era un viaje sin paradas no me importó, me dolía demasiado la cabeza como para ponerme a discutir con aquel tipo, el típico conductor de autobuses gordo, calvo y con la camisa muy escotada dejando ver los canosos pelos del pecho.

Esperaba alejarme del calor de la calle dentro del autobús, pero aquella chatarra era mucho peor, sin aire acondicionado y lleno de gente.
Si alguien, por algún casual, pretende buscar la verdadera variedad cultural de un país o de una ciudad, lo mejor es subirse a uno de estos autobuses. Jóvenes estudiantes, viejos jubilados, viejos aún más viejos, y gente de todos los colores y religiones. Pero hoy no me apetece, me agobia la multitud hacinada alrededor mía, hablando por sus teléfonos móviles sin importarles quién escucha sus conversaciones, o durmiendo plácidamente sin percatarse de sus propios ronquidos.
Pasé una hora, más o menos, encajado entre mi asiento y el de delante en el que se me clavaban las rodillas antes de ver en el horizonte las cinco grandes torres de Appleton.
Me apeé una parada antes de la que debería, porque no aguantaba más dentro, además, solo tendría que coger un metro más para llegar a la estación y no me importaba, me sentaría bien tomar el aire un poco y estirar las piernas.
La verdad es que me joden las grandes ciudades como Appleton, siempre he preferido ciudades pequeñas donde puedes ir a cualquier sitio usando solamente tus pasos, sin el bullicio de gente y coches chocando entre sí. Cuando entré en la primera estación de metro el peso de todos los edificios con cada uno de sus ladrillos se me cayó encima. Gente corriendo en una dirección y en otra, mirando al suelo. Al menos se estaba fresco bajo tierra. Cuando encontré el metro que debía coger todo fue fácil, unas cuatro paradas para hacer trasbordo y coger otro, pensando que el tiempo se me estaba viniendo encima. Faltaba una hora para que saliese el HST, y aún me quedaba media ciudad subterránea que recorrer. Me bajé en la parada donde estaría el intercambiador para coger el tren, pero aquella me parecía demasiado cutre, no sé, muy simple, sin nada más, y pregunté al guardia de seguridad que hacia dónde debía ir. Él me dijo sonriendo que era la siguiente parada, y que tendría que coger el siguiente metro que pasase, unos tres minutos después. Yo le sonreí y le di las gracias, pero cuando me di la vuelta me cagué en toda su ascendencia carnal, no tenía la culpa, pero no había nadie más cerca y, como todos los humanos, suelo cargar el peso de la responsabilidad sobre cualquier personaje con uniforme.
Me hubiera gustado que la parada final fuese como la anterior, ésta era en cambio un gran aeropuerto subterráneo que fácilmente igualaba en tamaño a mi Oakriver natal. Subí escaleras mecánicas, corrí por los pasillos, y leí cientos de carteles hasta que una chica de promociones me paró para presentarme las ventajas de abrir una cuenta en el Silver Bank, pero la rechacé con habilidad alegando mi prisa. Pero, tras dos pasos, me di la vuelta para preguntarle dónde coger el HST, ella me indicó alegre y seguí el camino. Aquello era mucho más grande, con una selva en medio incluso. Fui a las taquillas y pregunté a una vieja que se limaba las uñas por el billete de prensa que tendría que estar esperándome ahí. Me dijo:
-Necesito ver su afiliación de prensa y el resguardo.
-¿Resguardo? ¿Qué resguardo?
-Lo siento, si no tiene resguardo no puedo proporcionarle el billete.-Bajó una cortina que la tapaba completamente.
-¿Oiga? ¡Oiga! ¿Qué coño pasa?
-Lo siento señor, mi turno acaba de terminar, si necesita ayuda vaya a los puestos de información.
Sudando y a punto del vómito, corrí a las cabinas telefónicas para llamar a la revista. Estos cabrones me habían hecho ir hasta Appleton dejando mi cama en un momento de enfermedad severa sin haber atado bien los cabos, y ahora me quedaría en tierra.

-Publicaciones Grape, le habla Nora ¿En qué puedo ayudarle?
-Soy Paul Village, necesito que me ponga urgentemente con Pete Walden.
-¿Puede decirme el motivo de la llamada?
-¡Usted póngame con Walden!
-Pero, señor...
-¡Necesito hablar con él ahora!
-Está bien, le paso.
(…)
-¿Sí?
-Pete, soy Village.
-¡Ah! Hola Village. ¿Cómo va todo? ¿Ya estás de camino a Sunville?
-No, porque algún jodido tarado se olvidó de encargar el billete de prensa para el HST.
-Eh... sí, lo siento, se nos olvidó decírtelo. Los billetes de prensa para ese tren se acabaron hace semanas, compréndelo, no somos la única revista que pretende cubrir el Derby... pero te hemos conseguido un billete en turista, sólo tienes que dar tu nombre en las taquillas y te lo darán.
-Está bien, ya hablaremos cuando vuelva.
-Sí, y no te olvides de lla...

Le colgué rápidamente y me fui corriendo a las taquillas. Ese cabrón me las pagará algún día. Desde que trabajo para él nunca ha hecho nada bien. Las taquillas ahora estaban abarrotadas, cinco largas filas, y la tensión se notaba en el aire, un tipo musculoso discutía con un guardia diciendo que otro se le había colado y pronto empezaron los insultos y algún que otro empujón. Yo no podía aguantar ese espectáculo, el sudor me caía a chorros y me dolía el hombro a pesar del poco peso que llevaba en la bolsa. Me acerqué a una encargada y le pregunté por mi billete, ella me indicó que podía conseguirlo en las máquinas emisoras, que sólo tendría que teclear mi nombre.

Ya está, billete conseguido, por suerte la puerta 7 es la que está más cerca, solo subir unas escaleras mecánicas y listo para embarcar. Mi equipaje pasó sin dificultades por la máquina de rayos y yo no llevaba nada de metal encima aparte del que había dejado en la bandeja de plástico blanco.
La verdad es que no está nada mal el vagón de clase turista, un acogedor interior en tonos mostaza y caoba, con suelo de falso parqué y temperatura perfecta teniendo en cuenta los 32ºC que hay en el exterior. Mi asiento, el 6 A, está en ventanilla, nada mal, Walden, quizá esta vez te libres. Los demás pasajeros son casi todos empresarios sureños fácilmente reconocibles por su piel tostada al sol, sus chaquetas azules con pantalones claros, y sus elegantes zapatos que intentan emular un estado social que realmente no poseen. Detrás tengo a una madre con su hijo de unos tres años que ya está dando por culo cuando faltan 3 minutos para salir. Quedan unas dos horas y media de trayecto a alta velocidad en dirección suroeste hasta Sunville. Buen viaje.

1 comentario:

  1. ¡Esas situaciones al límite no se olvidan fácilmente! jeje. A ver qué sucede en los demás cápitulos :)

    felicidades por tus blogs, escribes estupendamente, son muy entretenidos, y gracias por tus comentarios

    un abrazo

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