Ahí estábamos todos, Chasc, Moe, Hannah... bajo los fuegos artificiales que despedían bocanadas de color sobe un oscuro recinto, haciendo brillar miles de titilantes pupilas que miraban atónitas, y reventando algún que otro tímpano.
Tras la traca final, se encendieron todas las luces de la feria, y los aplausos siguieron a un gran–¡Oooh!-colectivo. Las luces hicieron que la noche se acostase de nuevo y volviese el día, con la gente bebiendo vestidos elegantemente, algunos incluso paseando sobre carros de caballos adornados con cientos de cascabeles, ribetes y lentejuelas.
Todo era muy bonito y muy luminoso, pero al rato Chasc y yo nos fuimos al parque colindante en el que habíamos estado las noches anteriores. Ya no quería beber ni hacer nada, solo despedirme de la gente y volver pronto a casa para marcharme a San Frutos.
La decisión de marcharse fue apoyada por una terrible reyerta en la que se lanzaron muchos vasos y botellas, se saltaron algunos dientes y por fin se derramo algo de la sangre que nos habíamos perdido en el Derby, con increíbles patadas voladoras y un par de mordiscos. Resulta que aquél había coqueteado con la morena del vestido blanco, y a su novio no le gustó demasiado... la clásica historia del triángulo afilado.
Nos fuimos cuando la cosa ya no daba más de sí y el brazo de la ley ya había entrado en escena, como siempre, tarde.
Al día siguiente nos levantamos sobre las siete, cogí mi bolsa y bajamos a la calle donde nos esperaba el coche. Por el camino vimos los restos de la noctámbula juerga que pocas horas antes había terminado-que incluso para algunos aún no lo había hecho-, como vasos rotos, alguna esquina llena de vómito, todas las demás meadas e incluso un coche en medio de unas escaleras.
Llegamos a Sunville con todos los problemas que cabía esperar, más bien ninguno, volvimos a dormir un poco más en casa de Chasc y por la tarde cogimos los ya conocidos autobuses hasta la estación.
El HST a Appleton fue diferente... ya no había empresarios sureños, ni niños pequeños, y esta vez el interior era algo más elegante con asientos color carmesí.
Llegué pronto, y aproveché mi paso por la capital para cenar con mi vieja amiga Kate en la estación antes de coger el autobús de medianoche a San Frutos, de vuelta a la incansable rutina en nuestra pequeña y casi distópica ciudad, esperando otro absurdo trabajo entre vasos cada vez más vacíos. De vuelta a las bombillas fundidas, a la cocina sucia y al polvo acumulado... de vuelta a casa.